Decir que su padre es el financista, desarrollador inmobiliario y coleccionista Eduardo Costantini podría ser un buen comienzo para presentarla, aunque no suficiente. Decir que su madre es la actriz, productora y directora de cine María Teresa Correa Ávila podría aportar otro dato, pero tampoco alcanza. “Soy un mix de todo lo que he amado y amo”, dice Soledad Costantini, la mujer que desde hace veinticinco años dirige Malba Literatura, fue fundadora junto con Leandro Pinkler de la editorial El hilo de Ariadna, creadora junto con Pablo Braun de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FILBA) y gestora de la Residencia para Escritores (REM) del Malba. Y agrega: “Mi padre es un gran abridor de mundos, un visionario; y mi madre, una mujer generosa y creativa que sabe dar lugar al otro. Pero olvidate de que soy ‘la hija de’… ¡porque una ya es por lo que es! Es una quien tiene ocuparse de buscar quién es y cuál es su propósito. Llevo mi apellido como cualquier otra persona lleva el suyo… porque la fama de ese apellido llegó cuando yo era adulta y ya estaba enfocada en mi búsqueda”.
Soledad tiene 57 años, siete hermanos [Marité, Mariana, Eduardo, Tomás, Gonzalo, Malena y Kahlo Milagro], cuatro hijos [Delfina, 37, arquitecta; Emilio, 32, empresario; Joaquín, 22 estudia Economía y Administración de Empresas; y Candelaria, 20, estudia Medicina; todos de su primer matrimonio de 30 años con Emilio Muniz Barreto], dos nietas [Mar, 6, y Lou, 3], una sonrisa que le hace achinar sus ojos curiosos y un motor incansable que la mantiene siempre activa: “Una va buscando lo que necesita para conocerse; y, para mí, el camino de la literatura y la filosofía es infinito. Leer ayuda, entretiene y te hace evolucionar. Mis padres, que tenían inquietudes tan diversas, me abrieron la puerta a una infinidad de lecturas. Me fui acercando a la literatura por otros costados: desde Mafalda a Isidoro Cañones hasta los grandes poetas y los autores clásicos, pasando por los filósofos y los místicos y los maestros budistas, según el momento de mi vida. No soy una intelectual, soy lectora. En un momento, quise dedicarme a escribir, pero el rol de editora fue naciendo naturalmente”, contará ella en esta charla con ¡HOLA! Argentina en la que, por primera vez, abre las puertas de su casa acompañada por Eugenio Aguirre (62), su amor desde hace más de seis años.
–¿Cómo se conocieron?
Soledad: Nos conocíamos de hacía tiempo. Tenemos amigos en común y mi hijo Joaquín y Julio, su hijo, fueron compañeros de colegio desde la primaria. [Además de Julio, Eugenio es padre de Carmen, fruto de su matrimonio con Solana Gassiebayle; los dos viven en Estados Unidos].
Eugenio: Durante años compartimos actos y reuniones escolares, los dos casados, cada uno con su familia. Soledad era, para mí, una mami del colegio: ni la miraba. Hace unos años, un amigo nos sumó a un grupo de separados: organizaban salidas y hacían causa común cuando alguien la estaba pasando mal… En ese momento, los dos ya estábamos separados. Mis amigos empezaron a señalármela a Sole, pero, para mí, ella seguía siendo una mami del colegio. Un verano, después de cruzarla un par de veces, empecé a verla de otra manera. Una mirada, una risa encendió la chispa. Me enamoré de manera inesperada.
–Los dos vienen de relaciones largas. ¿Les costó ensamblar sus vidas?
Eugenio: Las cosas se ensamblaron a nosotros más que nosotros a las cosas. Al principio, admito que yo estaba algo intimidado: ella era una lectora ávida y yo leía muy poco; es cauta, reservada y más del diálogo uno a uno, y yo, a veces, tengo un sentido del humor que me paso de rosca. “Esto va a ser un problema”, llegué a pensar. Sin embargo, todo fue orgánico. Lo que sentimos fue creciendo cada vez más.
Soledad: La historia con Eugenio fue, para mí, una bendición; un golpe de amor que me sorprendió. Es mi mejor amigo, el guardián de mi corazón, el hombre que me protege. Somos muy compañeros y tenemos una profunda, honesta y pasional relación. Cuanto más nos conocemos, más nos amamos. Nos casamos en una ceremonia íntima, el 1ero de mayo de 2024, en Bali.
–¿Y con la convivencia? Uno podría imaginar que ambos, cada uno con lo suyo, deben ser algo quisquillosos…
Soledad: ¡No! Muy relajado. Me encanta que él sea ordenado y que sepa todo lo que sabe de decoración. Él se encargó del interiorismo de esta casa, que tiene casi treinta años y se construyó de cero y en varias etapas. Mi hija Delfina, que es arquitecta, hizo la última reforma y Eugenio le puso su impronta.
Eugenio: Durante la pandemia, armé el área de la galería y empecé a desarrollar nuevos prototipos de muebles, como las mesas de luz de la habitación principal. ¡Y fue todo un desafío meterme con la biblioteca del living… porque con la del estudio, donde Sole tiene sus textos de consulta, tengo casi prohibido intervenir! [Se ríe]. A la biblioteca del living se me ocurrió pintarla de negro y, después, le sugerí reubicar algunos ejemplares para incluir iluminación e incorporar sus objetos favoritos: corales y piedras; de cada viaje que hace, Soledad trae piedras energéticas, como cuarzos y amatistas. Además, le propuse dar otro orden a sus libros. Ahí, la negociación fue bastante difícil [Se ríe].
Soledad: ¡Puso la biblioteca patas para arriba! Colocó algunos libros acostados y a otros, parados, pero al revés: ¡ni siquiera se les ve el lomo! Eugenio está siempre buscando crear ambientes con calidez y carácter. Él quería darle onda a la biblioteca, pero temía que, para la gente del mundo de los libros, resultara una provocación. Quedó canchero. Aunque parece desordenado, tiene un orden que yo entiendo: sé exactamente dónde ubicar los autores latinoamericanos, la poesía.
–Dicen que en el amor después de los 50, cuando los hijos ya crecieron, hay más tiempo para el disfrute, para nuevos proyectos.
Eugenio: Sí. Y, en nuestro caso, nos pellizcamos cada día para estar seguros de lo que nos pasa es real. Compartimos la misma sintonía con Sole: cultivamos la libertad de poder elegir lo que hacemos y disfrutamos de manera muy consciente este momento de nuestras vidas. Nos gusta pasar los fines de semana rodeados de naturaleza. A ella le encanta el agua y me mostró lo increíble que es nadar. Hacemos caminatas y vemos películas… ¡antes ella sólo leía, leía y leía! Sole nunca deja de leer, pero ahora también ve Netflix. [Se ríe]. Nos alentamos mutuamente. Por ejemplo, me encanta que se haya puesto a estudiar fotografía y que muestre sus fotocollages, que son increíbles.
Soledad: La verdad es que me divierto mucho con Eugenio: charlamos, compartimos. Él ahora está con una nueva propuesta que supone un desembarco del interiorismo en el real estate, y nunca deja de acompañarme con mis inquietudes y respeta mis prioridades. Tengo la concepción de una familia muy unida: para mí, la familia y los afectos son lo más importante. Crecí en una familia numerosa y armé también una familia numerosa y unida. Tengo cuatro hijos maravillosos y dos nietas, que son la luz de mis ojos. Además, creo que nunca hay que abandonar el camino de la propia evolución. Hay cosas que salen mejor y otras no tanto, pero yo sigo adelante. Soy perseverante; y a la perseverancia la practico, la ejerzo y la decido. Estoy convencida de que se puede tener más o menos talento, pero sin perseverancia, difícilmente llegues a buen puerto. Siempre trabajé con la palabra y con la imagen. Y, en estos últimos años, me sumergí en la fotografía. Como no me conformaba con una capa, empecé a experimentar con fotos y más fotos. Paso horas buceando en imágenes, buscando alcanzar la abstracción, que es tan concreta a la vez. Ahora estoy lista para que esas imágenes salgan a la luz.
Producción: Paola Reyes
Maquillaje: Nahuel Puentes para Sebastián Correa
Agradecemos a Eva Guzmán por el peinado
La hija del coleccionista Eduardo Costantini y de la directora de cine Teresa Correa Ávila nos abre las puertas de su mundo privado